Viajando se aprende a tratar con las fronteras (cada una tiene sus reglas) y a conseguir lo básico (comida, bebida, una farmacia) más allá del contexto. Se aprenden cosas sencillas pero fundamentales: a saludar y a agradecer. Lo que uno asimila en un lugar, seguro le va a servir en otro. Suena a cliché, pero es verdad: cuanto más viaja y conoce, más se da cuenta de lo poco que sabe. Creemos que porque vemos imágenes por la tele o por internet estamos conectados. Pero la verdad es que no tenemos ni idea de cómo es un lugar hasta que lo conocemos. No a todos les gusta desplazarse y adentranse en culturas y geografías desconocidas. Algunos prefieren la seguridad de lo familiar. Otros son más nómades, e inquietos. Y en el medio estamos quienes disfrutamos de ambas cosas: nómades parciales que vamos, descubrimos, conocemos y volvemos. Con respecto a la cocina, si cuando uno viaja vuelve siempre un poco cambiado imaginemos lo que les pasa a la comida o las recetas. La receta elegida se trata de un plato que se hace en la casa, común, de todos los días. Casero, familiar, simple. Es la versión que queda después de hacerlo varias veces con los productos que están cerca. Y de nuevo, repito: no es más que "una versión" en la que intenté que la fuerza de los sabores originales permanezca. Ingredientes (2 personas)
500gr. de bola de lomo, 6 cebollas de verdeo, 5 rodajas anchas de calabaza, 150gr. de muzzarella, aceite de oliva, soja, sal y pimienta.